La ética en las organizaciones depende de las reglas y la cultura que ellos diseñen y promuevan en sus firmas, y no de la educación. Su exalumno Carlos Ganoza, gerente general de SE, tiene la palabra.
“Se necesita más educación para lidiar con el problema de la corrupción”, sentenció un empresario conocido en una reciente conversación de coctel sobre la ética en los negocios. Si Gary Becker, el célebre Nobel de Economía en 1992 –que falleció el pasado 3 de mayo–, hubiese estado ahí, le habría hecho notar, con su característica mezcla de cordialidad y dureza, que las personas educadas no necesariamente son menos corruptas per se (una observación que debería ser obvia para los peruanos, que tenemos bastante experiencia con malversaciones de altos y educados funcionarios públicos).
En los muchos obituarios que se han escrito por su muerte Becker, el economista es casi siempre descrito como aquel que revolucionó las ciencias sociales con sus investigaciones sobre el comportamiento humano en áreas tan alejadas del dominio tradicional de la economía como el matrimonio, el crimen, y la educación. Pero hay un espacio de la sociedad donde las teorías de Becker aún no iluminan con suficiente claridad esos problemas espinosos que a él le gustaba atacar con su lógica impecable: la empresa privada. El discurso y el comportamiento de muchos gerentes da a pensar que hay partes del sector privado que todavía siguen sumidas en un oscurantismo pre beckeriano.
La reflexión del empresario sobre la corrupción es un claro ejemplo. La teoría convencional de sociólogos y sicólogos sobre el comportamiento criminal culpaba a desviaciones o debilidades de la personalidad. Becker más bien explicó que el crimen, o el comportamiento no ético, es el resultado de un cálculo de costos y beneficios que hacemos todas las personas cuando tenemos la opción de lograr un objetivo por medios ilícitos. Este cálculo de costos y beneficios toma en cuenta costos sociales (la sanción moral de otras personas) y emocionales (la incomodidad de saber que uno hizo algo que está mal, y el costo de disfrazar o minimizar el acto para evitar esa incomodidad), no solo monetarios.
Por lo tanto, el comportamiento no ético no tiene tanto que ver con la educación, sino con los mecanismos de control y sanción que una institución pueda poner en práctica. Estos van desde mecanismos de detección (que aumentan los costos monetarios, como despido, demandas, etc.) hasta mecanismos de sanción no monetarios, como la promoción de una cultura en la que los demás sancionan moralmente a alguien que rompe una norma. Hay abundante evidencia empírica que respalda la teoría de Becker, pero nada mejor que una observación de sentido común: cualquiera que entre a un club privado (como el Club Regatas o alguno de los clubes de playa del Asia) se percatará quelas mismas personas que manejan como salvajes en las calles de Lima se convierten en los conductores más obedientes de las normas dentro del predio del club. La sanción que enfrentan si no lo hacen no solo es una multa, sino el oprobio de otras personas cuya opinión les importa.
La conclusión Beckeriana es que la ética en la empresa depende de las reglas y cultura que los mismos empresarios diseñen y promuevan en sus organizaciones.
La gran contribución en vida de Becker fue lograr que las personas que estudian el comportamiento humano se hagan mejores preguntas. Su gran contribución póstuma podría ser que las personas que tienen que gestionar a otros seres humanos se hagan también mejores preguntas.
FUENTE: SEMANA ECONÓMICA
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